Tú decides por mí. Acaricias mi contorno, subes por mi pecho, acaricias con violencia mi cuello como si fueras a estrangularme, pero para sorpresa de nadie me quitas el aire de una forma totalmente distinta. Por fin. Me queman los labios, absórbemelos, quítamelos, y luego devuélvemelos para que te los pueda volver a regalar. Arráncame la lengua, así, justo así, sáltate todas las reglas, la naturaleza no las necesita. Me quema la lengua, joder. Quiero más, quiero conocerte por dentro y no tengo una vía más cercana que tu boca, siento tu aliento y me meto en ella, durante un segundo entero pero no más, estoy toda yo dentro de ti, tu boca me invade y quiero que me mastiques fuerte, trágame para que pueda ser parte tuya. Obligo a mis manos a parar de temblar, no recuerdan, encuentran demasiado y se quedan inertes y expectantes. Tu cara. Necesito tocar tu cara. Si tu piel fuera más suave me deslizaría por ella, escarbo con mis uñas y encuentro mi propia piel. Más fuerte, abrázame más fuerte. Parece que estemos conectados de alguna forma porque tus brazos presionan mi espalda hacía tu pecho. Ya está, es demasiado tarde. Me rompes el sostén, qué me importa, te escondes entre mis pechos que respiran más que mi boca, en un momento de placer que me enloquece me pregunto si me puede dar un ataque al corazón. Eres mío. Te quito el cinturón, has crecido. Mientras mis manos se pierden en tu bragueta, las tuyas intentan buscar tesoros escondidos en mi espalda, que se arquea a tu cuerpo porque no pretendo ni por un segundo alejarme de ti. Rómpeme las bragas, te suplico, y me obedeces mirándome de esa forma, oh sí, esa forma que podría matarme en cualquier otro lugar excepto éste, en cualquier otro momento excepto éste. Puedo notarte a través de tus calzoncillos cuando te abalanzas sobre mí, te noto como nunca te he notado, me impresionas de tal manera que no tengo que dar la orden en mi cerebro para quitártelos. Si en este momento pudiera describir tu cuerpo me llenaría de miradas que se asombran, de jadeos y gritos, de montañas, de curiosidad, del deseo más astronómico que he conocido en mi vida. Te quiero aquí y ahora, en esta misma cama, pero también podría desearte en lo alto del vertedero más sucio de todo el planeta. Dios, si continuas lamiéndome de esa manera me voy a desintegrar, si sigues empujando voy a crear llamas a mi alrededor, si sigues esculpiendo tu cuerpo contra el mío nos quedaremos unidos para siempre. Sigue, pienso, y tú sigues, más fuerte, más rápido, más enloquecido, más devoto. Soy tuyo, me dices, y siento que es verdad. Te quiero, me dices, te quiero, te digo. Todo sigue, no quiero que pare, nunca, empuja, maltrátame mientras yo te araño la espalda, recorre con tu cuerpo cada línea que aún no has tocado, exprime tu alma dentro de mí, agárrate fuerte, me corro, no puedo más, pierdo la conciencia durante un segundo en el que te veo claramente. Estas sentado en el banco de la estación, me esperas, me aproximo a ti con ganas, con miedo, con una gravedad que no me tira hacía abajo, me tira hacía ti. Me has estado esperando mucho tiempo, dices, yo sólo sonrío y te miro, y ya es demasiado tarde, formas parte de mí. Sólo dura un segundo, pero mi corazón lo acepta, conocimiento que nos cambia y explota, calentándolo todo, lo veo todo rojo, subo al pico de la montaña más alta, quiero que dure más pero se acaba, aunque a partir de ahora nada termina, sólo ha sido el comienzo, ese gran Big Bang personal que nos cambia para siempre, el primer día de nuestras vidas. Quiero más.